
¿Cómo pueden las escuelas proteger a los estudiantes cuando nuestro país rehúsa ofrecer protección? ¿Cómo es que maestros y consejeros de escuela pueden alentar el logro y el aprendizaje, asegurándose de que se cumplan los sueños de padres que sacrificaron tanto para viajar a un lugar donde sus hijos pudieran aprovechar una educación superior, cuando todo puede ser arrebatado en cualquier momento? Esta mañana “ordinaria” en la vida de una consejera de escuela suplica por las respuestas por las cuales todos debemos de actuar para asegurar.
“Niños, ¡vayan a clase!”
Por C. Pérez
“Buenos días”, oigo a alguien decir mientras entro al edificio esta mañana fría de invierno.
Sintiendo melancolía, me encuentro pensando: ¿Y qué tiene de ‘buenos’? ¿Cómo puede este ser un ‘buen día’ si todos mis estudiantes y sus familias están enfrentando la pérdida de lo que puede ser su única avenida para un estatus legal? TPS, DACA, DAPA son acrónimos que para muchos no significa mucho, pero para mis estudiantes inmigrantes y sus familias, representan seguridad y un futuro próspero.
Miro a mi alrededor, mirando los pasillos por si veo alguno de mis estudiantes. ¿Tendrán mucho miedo para venir a la escuela hoy? me pregunto. Todo a mi alrededor se mira igual. Los pósters están donde siempre están, las secretarias están trabajando, y mi buzón está lleno; sin embargo, algo no se siente bien. No puedo quitarme la sensación de pérdida, así que me pongo de luto.
–Días –respondo secamente, rehusando usar la palabra ‘buenos’.
Al acercarme a la puerta de mi oficina, veo unos cuantos estudiantes, con miradas bajas, ya esperándome, y yo suspiro con desesperanza.
Al caminar hacia ellos, pienso en un estudiante y su hermano mayor que inmigraron aquí huyendo de la violencia. Agitadamente, él describió la vida en Centroamérica:
–Allá uno no puede ni ir a la escuela tranquilo. Ahí lo paran y lo obligan a estar en las pandillas y uno no puede salir de la casa para ir a la escuela…
Podía ver sus pensamientos reflejados en la niña de mis ojos conforme pintaba un retrato vívido de pandilleros en la esquina de su escuela previniendo que el entrara al edificio, privándolo de su educación. A pesar del trauma que habían padecido, los hermanos me veían con esperanza y optimismo; el hermano mayor rápido agregó:
–Yo no quiero que él [hermano menor] trabaje, yo puedo mantenernos a los dos. Yo solo quiero que estudie y se gradúe ya que yo no tuve la misma oportunidad.
Un acto altruista y amoroso de un joven inmigrante.
¿Cómo racionaliza uno el hecho de que inmigrantes con este mismo sentido de altruismo, respeto y ética de trabajo ahora enfrentan la posibilidad de ser forzados a regresar a un país en el cual no han vivido por décadas? Su único propósito ha sido alcanzar estabilidad, paz y seguridad para sí mismos y sus familias. Su sentido de seguridad está sacudido, están perplejos sobre cómo y por qué pueden ser ellos desterrados de este país que en este momento llaman hogar. Ahora tienen miedo y ansiedad por lo inevitable.
Exhalo mientras me preparo para lo que viene, segura de que seré bombardeada por estudiantes y llamadas de teléfono.
–Pasen –les digo a los estudiantes, dándoles la bienvenida a mi oficina, esperanzada de que sea su típico saludo de ‘buenos días’, aunque probablemente no lo sea.
Todos cabizbajos, caminan lentamente hacia mi oficina.
–Señorita… –dice uno de ellos en un tono muy cauteloso y con cierta mirada de desesperación e incertidumbre–, ¿…esto significa que nos van a deportar?
La incertidumbre de sus futuros plasmada en una pregunta para que yo conteste.
Mis ojos se inundan de lágrimas, mi corazón salta un paso, y mi mente corre. Mis reservaciones anteriores se convierten en ansiedad y ninguna cantidad de preparación mental me pudo haber equipado para contestar esta pregunta que parte el corazón. ¿Qué digo? Pienso en los hermanos, en mis estudiantes y sus familias, mientras contemplo una respuesta reconfortante.
Unas palabras alentadoras podrían significar el mundo para estos estudiantes. La moral estaba baja. No sabía cómo instilar esperanza cuando yo también me sentía sin ella. Aún así, ahí estaba, encargada con la tarea casi imposible de alguna manera hacerlo todo mejor.
Me miraron como si mi respuesta sería de alguna forma diferente de lo que habían escuchado en las noticias. Me ven desesperadamente, queriendo que yo mueva mi varita mágica y les garantice que todo va estar bien.
Varios segundos pasaron mientras formulaba mi respuesta, los ojos de mis estudiantes suplicantes.
–No puedo contestar eso…pero les puedo decir que lo mejor que pueden hacer es estudiar, mantenerse fuera de problemas, y venir a la escuela.
Esta fue la respuesta genérica que había compilado para esta pregunta, una pregunta que tuve que responder incontables veces ese día. Mientras me escuchaba a mí misma decir esas palabras, pensé en los momentos en que mis estudiantes han expresado sentimientos de miedo. Me sentí hueca e impotente.
¿Cómo es que esperaba que ellos se enfocaran en la escuela con el peso de un problema tan desgarrador sobre sus mentes? He observado estos mismos estudiantes, con trabajo mantienen sus ojos abiertos porque trabajaron hasta tarde, se levantaron temprano para la escuela, y tenían otras responsabilidades familiares. Algunos de ellos viven solos, pagan su propia renta, compran su propia comida, cocinas sus propios platillos sin ningún apoyo de padres o familiares. Ahora, están preocupados y constantemente viendo sobre su hombro, temerosos de que ya su tiempo se les acabó. Y a pesar de todo, ¿aquí estoy yo diciéndoles que se enfoquen en la escuela?
Me ven con confusión. ¿Acaso pensaban que les iba a decir, “No, tú eres un buen estudiante, no te pueden deportar”? Excepto que, no podía prometer eso. Entonces, ¿qué más les podía decir? ¿Qué puedo hacer?
–Niños, ¡vayan a clase! –les digo cuando suena la primera campana, sintiéndome derrotada.
Me siento en mi oficina mirando las sillas vacías que han dejado, imaginándome la cara de cada estudiante que se sentó ante mí. Pensando en sus familias esperanzadas y agradecidas por una oportunidad para cambiar sus vidas. Como educadora, es mi deber proteger a todos mis estudiantes y asegurar que tienen lo que necesitan para obtener su educación. Sin embargo, no puedo garantizar que sus esfuerzos serán recompensados. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo les puedo ayudar?
Desde este lado de mi escritorio es fácil decir, “Haz bien en la escuela, ven a clase”. Pero estos estudiantes se preocupan; se preocupan por ser deportados, se preocupan por la renta, comida, obligaciones familiares, están lidiando con separación y trauma familiar.
¿Qué puedo hacer?
Traducción de Silvia Heredia