
¿Qué permite a corazones crecer, aún cuando puedan estar rompiéndose? ¿Cómo atreves a un extraño que está leyendo o escuchando tu historia a caminar en tus zapatos y venir contigo en tu viaje, mientras le muestras los secretos enterrados en tu corazón? Estas son las preguntas que nuestra facilitadora de Herstory le hizo al primer grupo de estudiantes que cruzaron la frontera solos en el 2015. Esta historia que ayudó a lanzar el proyecto en Central Islip High School es testimonio de la resistencia del espíritu humano y de la gran capacidad de jóvenes de forjar comunidad entre ellos mismos y fortalecer un sentido de familia, en momentos cuando toda conexión y valentía son amenazadas. Los invitamos a conectarse con los jóvenes escritores, que les dejen saber que sus voces son escuchadas, al dejarles un comentario cuando terminen de leer sus historias.
Historia número cinco—Tan anhelado reencuentro
Cuando mi viaje comenzó…
Fue un día sábado, 5 de abril de 2014. Todo fue tan confuso, triste, pensativo y a la vez alegre debido a que emprendía mi viaje a los Estados Unidos para reunirme con mis padres y familia. La hora de la despedida llegó. Ahí estaban mis tíos, prima y mi abuela en la casa. Todos me deseaban que llegara con bien, me dijeron que no tuviera miedo, que iban a orar por mí y que Dios me cuidaría. Nos abrazamos y con lágrimas en los ojos le dije adiós a mi primita que tanto quiero.
Salimos hacia San Miguel donde estaría esperándome el hombre que me traería a Estados Unidos. En San Miguel compré un celular para poder comunicarme con mi familia en el viaje y ahí estaba aún mi abuela conmigo. Ella me abrazó y me preguntó si estaba segura de quererme venir, que si no lo estaba, aún podía decidir, porque ella me vio que estaba muy triste, que no podía dejar de llorar. Pero al final, siempre decidí venirme.
El hombre llegó por mí. Ahí tuve que despedirme de mi abuela. Fue de lo más triste de mi vida, ya que había vivido toda mi vida con ella. Abracé a mi abuela llorando y ella me dijo que todo iba a estar bien, que muy pronto estaría con mis padres y que siempre confiara en Dios.
Me subí al carro. Ahí estaban dos niñas. Ellas también lloraban y me vieron llorar todo ese rato, como una hora. No podía dejar de llorar. Luego nos dijimos nuestros nombres: una se llama Rosy y la otra Meyri. Ellas fueron muy amables. En ese momento, no sabía qué sería con ellas que me llevaría tan bien. Después, en otro lugar, se subió una señora con su hija, que también estarían todo el viaje con nosotras.
Nos llevaron a una estación donde esperaríamos un bus para llegar a Guatemala. Pasamos de bus en bus, como cinco buses, para poder llegar a fronteras de Guatemala. Cuando nos bajamos del último bus nos dijeron,
—Corran porque la policía viene y los pueden agarrar.
En ese momento sentí miedo, angustia en que la policía nos agarrara. Corrimos y las niñas y yo ayudamos a la señora con su niña porque su mochila pesaba mucho y ella no podía correr así.
Ahí llegamos a una casa donde pasaríamos la noche. Había muchos niños y adultos. Cuando estaba ahí me sentía más tranquila, aunque no podía dejar de pensar en mi familia que había dejado. Me sentía muy mal. Pensaba, pensaba y más pensaba en ellos y decidí llamarle a mi abuela para contarle que estaba bien. Hablé un momento con ella, nada más. Me sentía tan mal de haber dejado a mi abuela y abuelo.
Al terminar de hablar con mi abuela, donde estaban las niñas, ahí conocí a más niños muy agradables. Platicamos un buen rato antes de dormirnos. Como a las 11:00 de la noche nos dijeron a todos que tendríamos que dormirnos porque al siguiente día saldríamos muy temprano. Y pues nos acomodamos en el piso a dormir. Pero yo no podía dormir por estar pensando tantas cosas: pensaba y le pedía a Dios a cada momento que nos cuidara a los que íbamos en el viaje, que todo saliera bien, que nunca se apartara de nuestro lado. Luego de eso pude dormir un poco.
Como a las tres de la madrugada nos despertaron para bañarnos y que después seguiríamos nuestro viaje. Ya como a las 4:39 a.m. o 5:00 a.m., salimos caminando a dónde estarían unos microbuses esperándonos. Nos dijeron que no hiciéramos nada de ruido por la policía, y así fue. Nos subimos al microbús. Ahí íbamos muchas personas. Después nos bajamos en un lugar solo donde nos dijeron que esperaríamos un bus. Entonces nos quedamos un momento y como era de madrugada se sentía mucho frío.
Como a los diez minutos, nos subimos al bus. Ese bus nos llevó hacia otro lugar de Guatemala. Estuvimos un buen rato en el bus. Después nos bajamos y tomamos unos taxis y nos llevaron a un hotel donde estaríamos un día. Llegamos y a los niños y mujeres nos pusieron en un cuarto y a los hombres en otro. En el cuarto que estábamos había una televisión, ahí pusieron caricaturas, pero no se podía escuchar muy bien porque había muchos niños. Muchas veces nos llegaron a callar porque la policía estaba cerca y podía llegar a escuchar el ruido.
Al rato de estar ahí nos llevaron comida, pero en ese momento no sentía mucha hambre y comí sólo un poco. Nos sentamos con las niñas. Estábamos platicando acerca de nuestras familias. Ahí estaba otro niño, que se llama Kevin, con sus hermanas. Se hicieron amigos con nosotras. Al siguiente día, salimos hacia las fronteras de Guatemala y México. Cuando estábamos ahí nos dijeron que si queríamos lavar nuestra ropa que lo hiciéramos. Y así fue, nos pusimos a lavar la ropa y luego a secarla. Pasamos la noche en ese lugar.
En la mañana, salimos rumbo a México pero nos dijeron como éramos muchos niños tendríamos que rodear e irnos por el monte, el camino era muy feo, ahí había muchos charcos y teníamos que saltar. En uno de esos charcos no pude dar bien el salto y caí, mis zapatos se ensuciaron y seguimos caminando aunque mi pie me dolía por el golpe. Pero al final, salimos de ahí y luego tomamos un bus y llegamos a una casa en México, donde pude lavar mis zapatos. Recuerdo que después de eso estuvimos un buen rato, todos platicando. Andábamos mucha hambre, pero nos dijeron que teníamos que esperar al otro grupo y nos dieron unos churros con soda.
Cuando estábamos ahí, como era un lugar muy solo, todos, un momento de la noche, pudimos salir y platicar. Yo sólo miraba al cielo que se miraba tan lindo con sus estrellas y la luna. Ahí Rosy me dijo,
—Ana, mira hacia ahí, qué linda estrella.
Entonces la miré. Me sentía tan bien en ese momento mirando las maravillas de la naturaleza.
Como a la una de la madrugada nos llevaron comida, que eran unos tacos. Comimos y nos acostamos. Salimos al siguiente día a otro lugar de México, donde esperaríamos para cruzar el Río Grande para llegar a Estados Unidos. Nos subimos a un bus donde fuimos varias horas. Luego nos bajamos y cuando iba bajando una señora y un señor nos dijeron,
— Que Dios los bendiga, esperamos que puedan llegar pronto con bien.
Me sentí bien con las palabras de ellos. Luego llegamos a una bodega. Ahí esperaríamos para poder cruzar el río.
Cuando pensaba en que tendría que cruzar el río me daba mucho miedo, porque había escuchado que en ese río han muerto muchas personas. Al atardecer estaba con Rosy y Meyri platicando, cuando llegó un muchacho que era amigo de nosotras. El era bien agradable y le gustaba hacer muchas payasadas. Nosotras nos reíamos de las locuras que decía, al menos él siempre tenía algo chistoso que decir. Era muy positivo y nos alegraba el rato.
Llegó la noche. Rosy tenía una biblia y le dije si me la podía prestar y ella me dijo que sí. Entonces me puse a leer la biblia. Cuando estaba leyéndola, me sentía muy bien al leer la palabra de Dios y le pedía que todo saliera con bien y que pudiéramos pasar con bien el río porque, en ese momento, era a lo que más temor le tenía.
El siguiente día, nos levantamos y comimos. Al rato me bañé, cuando iba saliendo de bañarme estaba por una pila y nos dijeron,
—¡Corran, vienen los soldados!
Salimos corriendo a escondernos. Como en ese momento andaba sandalias no podía correr bien, así que me las quité y seguí corriendo. Pero sentía que me lastimaba porque había espinas, pero seguí hasta llegar a un lugar en el que nos pudimos esconder. Entonces me lastimé un poco mis pies. Como a los 15 minutos nos dijeron que saliéramos y volviéramos a la bodega y así lo hicimos. Cuando llegué, ahí comencé a quitarme las espinas pero eran muchas y me dolían. Ya al rato de eso, la hora de cruzar el río llegó.
Nos llevaron en carro al río. Ahí nos subieron a unos neumáticos, me dijeron,
—Súbete.
Sólo miré al cielo y le pedí a Dios que nos cuidara. Nos dijeron,
—No se muevan porque esto se puede dar vuelta.
Pero como iban muchos niños, algunos se movían mucho y yo sólo cerraba mis ojos porque parecía que ya se daba vuelta. Gracias a Dios no fue así. Nos bajamos del neumático. Como a los cinco minutos de haber cruzado el río, los de migración nos agarraron. Entonces nos llevaron en un carro hacia las hieleras.
Nos bajamos del carro. Comenzaron a revisarnos nuestras mochilas y nos botaron todo. Dijeron que no necesitábamos nada de eso. Después nos metieron a un lugar donde esperaríamos a que nos llamaran. Me llamaron y me tomaron una foto y me preguntaron mi nombre y el de mis padres y otras preguntas. Después me dijo,
—Entre ahí.
Esa era las hieleras, un lugar muy frío. Nos tuvieron un buen rato. Me volvieron a llamar y me preguntaron el número de mi mamá. Le llamaron para decirle que me tenían ahí. Entonces me la pasaron un momento.
Casi no podía hablar, sentía un nudo en la garganta, unas ganas de llorar al escucharla. Cuando terminé de hablar con ella, el oficial me dijo,
—Ella no es tu madre porque hablaste muy poco tiempo con ella.
Eso me hizo sentir muy mal y comencé a llorar. Ese señor era muy malo. Entonces volví ahí y no paraba de llorar. Yo sólo quería dormir pero habíamos muchos y no se podía. Pasaron las horas y nos llegaron a buscar para llevarnos a otra hielera. Llegamos y estuvimos otro buen rato. Estar ahí es de lo peor porque hace demasiado frío, y uno sin abrigo.
En la madrugada, como a las 3:00 a.m., nos llevaron para un centro para niñas que venían de otro país. Llegamos y nos hicieron preguntas. Luego nos revisaron el pelo y nos mandaron a bañar. Cuando terminamos de bañarnos nos dieron algo como desayuno. Como a las 6:00 a.m. nos llevaron a una habitación, nos dijeron que durmiéramos un poco. Ya como a las 7:15 a.m. nos despertaron. Nos dijeron unas de las reglas de ese lugar y que teníamos que ayudar con el oficio.
Cuando terminamos de limpiar fuimos a comer y luego miramos un rato televisión. Luego nos llevaron a ver a un doctor para ver que estuviéramos bien de salud. En la noche cuando ya todos dormían, yo sólo pasaba llorando y pensando en que ya quería estar con mis padres. A la vez, me arrepentía de haberme venido al estar encerrada en ese lugar y haber dejado a mis abuelos. Aunque también pensaba en uno de los motivos por los que me venía, que era para poder estudiar, ya que en mi país tenía como un año y medio de no estudiar debido a la situación de violencia que se vive en mi país. Aunque yo deseara seguir estudiando, no se podía. Entonces yo trataba de pensar que aquí podría estudiar y, con la ayuda de Dios, tener un futuro mejor.
Al amanecer me volvieron a llevar al doctor para que me inyectara para cuando entrara a estudiar ya tener las vacunas. Eso fue como tres días seguidos; aproximadamente como 15 inyecciones me pusieron.
Pasaban los días y no me decían cuándo me iría con mis padres. Eso me desesperaba mucho. Pero un día lunes, me llevaron donde la trabajadora social y ella me dijo,
—Ya mandaron todos los papeles para que te puedas ir y también el dinero para el vuelo. Te vas el miércoles en la madrugada.
Esa fue la mejor de las noticias que pude recibir ahí, era eso lo que más deseaba que me dijeran.
El martes en la noche no pude dormir de la alegría que al siguiente día me iría y estaría con mi familia. Estaba muy emocionada. El miércoles me levantaron muy temprano para que me alistara y comiera porque saldríamos muy temprano para el aeropuerto. Cuando llegamos al aeropuerto esperamos un poco y luego nos subimos al avión. Eso fue algo muy bonito, una nueva experiencia para mí, ya que era la primera vez que me subía a un avión para viajar. Como aún era de madrugada se veía algo oscuro. La hermosa luna estaba ahí alumbrando. Ya faltaba poco para el tan anhelado reencuentro.
Bajamos del avión y luego nos subimos a otro. Recuerdo que la señora que me traía me dio unos dulces, ella era muy amable. Después de unas horas en el avión, llegamos a New York. Nos bajamos del avión y la señora nos dijo que el avión había llegado antes de lo previsto y nos dijo a mí y otras niñas que viéramos si mirábamos a nuestros familiares. Pero no veíamos a nadie. Yo miraba así todas partes pero ni mi madre ni padre estaban ahí. Entonces ella decidió llamarles para decirles que estábamos ahí.
Seguimos caminando por el aeropuerto, dando vueltas, a ver si alguien veía a sus familiares, cuando de repente siento que alguien me abrazó por la espalda. Di la vuelta, era mi madre. Al verla, lloré de emoción, ya que tenía diez años de no verla y verla de nuevo era algo muy lindo.
Salimos del aeropuerto y mi mamá me dijo que mi papá nos esperaba en el carro porque había mucho tráfico debido a la lluvia. Llegamos al carro y vi a mi papá, al verlo a él también lloré y lo abracé. En el carro íbamos platicando, me preguntaban que cómo me sentía, y que estaban alegres de que por fin estaba con ellos y que nuestra familia estaría junta. Llegamos a casa y le hablé a mi abuela para decirle que ya estaba con mis padres. Ella estaba muy feliz que ya estaba con ellos y que estaba con bien.
Al rato tocan la puerta y era mi primo, mejor dicho mi hermano con el que había convivido casi mi vida antes de que él se viniera. Me abrazó y me dijo que estaba alegre que por fin estaba aquí. Como a la hora llegaron mis hermanitas y primas que también estaban alegres de verme. En la noche llegaron otros familiares a verme. En ese momento pensé y le di gracias a Dios porque ya estaba con algunos de mi familia, aunque también pensaba en mis abuelos que había dejado en El Salvador.
Esa fue mi historia sobre la llegada a Estados Unidos.