
Se los llevan
por Catalina Benavides
Mi Barbie vivía en un mundo perfecto. Ella tenía todos los zapatos y ropa que deseaba y podía irse de viaje donde quisiera en el mundo, con quien fuera. Debe ser bonito vivir en un mundo con tantas expresiones de libertad –ser quién uno quiere ser… sin esconderse.
Todos mis juguetes chiquiticos estaban dispersos por todo el suelo, cuando el teléfono de la casa empezó a sonar. Oí a mi mamá decir rápidamente algo en español:
-¿A dónde? ¿Ya?
Ella corrió por la sala, pisando encima del mundo perfecto de Barbie, y tiró la puerta abierta.
-Ya vengo, no te muevas de ahí -me comandó y le respondí que sí.
Me congelé. Todo se congeló a mi alrededor. Cuando el mundo se descongeló, solo oí gritos y gente correr y carros pitando. Me acerqué a la puerta donde pude ver a todos corriendo. Corriendo de algo más grande que ellos mismos. Sin aliento, mi mamá regresó rápidamente al apartamento.
-¡Agua! ¡Agua! ¡Vaya encuentre una botella!
Corrí a la cocina a encontrarle una botella de agua en la refri. Y al decirme esto, dos personas entraron trayendo una persona mayor entre ambas. Su cara era tan blanca como las nubes en un día soliado. Sus cachetes tan rojos como dos tomates. Su pelo estaba despeinado y sudor le bajaba por la cara al mismo tiempo que lágrimas rodaban de los ojos de todos a nuestro alrededor en la sala en ese momento.
¿Quién era esta mujer? ¿La conocía yo? Yo sentía que sí la conocía. ¿Era ella la mamá de alguien? ¿Una hermana? ¿La abuelita de alguien? Se miraba como una abuela, como una abuela que cocinaba bien rico y daba los mejores abrazos del mundo. ¿Y por qué estaba llorando ahorita? No entiendo. ¿Qué está pasando?
-Mami, ¿qué está pasando? ¡Mami! -le repetía yo cuando ella continuaba de hablar con todos los demás menos yo.
-¡Ya! ¡Ya! ¡Espére! -me respondió.
A este punto, el apartamento estaba lleno de gente. Gente que sí conocía y gente que no conocía. Toda la gente se parecía a mí. Podrían ser familia. ¿Eran familia?
-¡Cierren la puerta! Tranquila. Tranquila… -mi mamá repetía, -Todo va a estar bien.
En ese momento mi mamá entró en el modo de Mamá y acercó a la mujer a su pecho mientras la mujer continuaba llorando histéricamente.
-No me quiero ir. No me quiero ir -repetía la señora mayor al llorar.
-No te preocupes, Nora -aseguró mi mamá.
Nora. Nora era su nombre. Nora era la madre de alguien. Nora era la abuela de alguien. Nora solo quería vivir en este país para mandarle plata a su hijo y su familia en su país de Chile.
-¿Todo va a estar bien? ¿Será?
– Lo sabía, yo lo sabía -anunció alguien en el cuarto. -Yo veía cómo se ponía la calle de vacía, a esta hora nunca está vacía. ¿La Quinta?
La Quinta es el corazón del pueblo. La Quinta tenía todo lo que uno necesitaba y era lo suficientemente segura para que cualquiera fuera. Teníamos la farmacia local, Salumed, una carnicería cada tres bloques. Tijeras de Oro y Nueva Imagen, los salones de belleza locales. Deli. Bodega. Mecánico. Deli. Bodega. Pollo Campero. Deli. Bodega. Y muchas iglesias, iglesias de todas las religiones, porque Dios es central a nuestra cultura. Que Dios nos bendiga.
La Quinta unía al pueblo. Las cuatro secciones del pueblo se unían por esta larga calle. La calle traía más de lo que se llevaba. Esta calle, sobre la cual nuestro único Desfile de la Hispanidad desfilaba con orgullo, pasaba todas las calles laterales –Arizona, Wisconsin, Michigan, New Hampshire. Irónicamente todas estas calles estaban nombradas en honor a los estados de este país. Estados que nunca hemos visitado y probablemente nunca visitaremos porque no nos podemos ir de este pueblo. Es seguro aquí. Todo lo que necesitamos es La Quinta.
-¡Nunca! ¡Nunca, está vacía a esta hora! La migra era.
¿La migra? ¿Qué migra? pensé yo.
-Vienen a llevarse a cualquiera, no les importa la familia.
¿A quiénes se están llevando? ¿Se llevarían a mi mamá? ¿O a mi papá? ¿Por qué están llevándose a las mamás y a los papás de otros? ¿A dónde se los llevan? ¿Van a venir de vuelta?
– Traducción de la autora