“La canasta perfecta”

The Perfect Basket: Painting by Gwynne Duncan

Al mirar las políticas que mantienen a las familias separadas, esta historia de Día de las Madres se convierte en un talismán que debemos mantener cerca de nuestro corazón. La joven autora, una estudiante de Patchogue-Medford High School, capta sentimientos que hemos visto una y otra vez, en este pasaje de una historia más larga que le tomó un semestre para escribir. En su valentía de tocar esos sentimientos, nos atrevió a todos a sentir tan profundamente como ella, para trabajar por el cambio que necesitamos.

“La canasta perfecta”

Yo abracé a mi abuelita y fui detrás de mi hermana. Al llegar a la escuela me encontré con mis compañeras para irnos a nuestra aula a prepararnos para salir a cantar. Mi hermana se fue con sus amigas. En ese momento mi corazón palpitaba más rápido de lo normal, era como si hubiera  corrido una maratón. Mi amiga Paola se acercó y me dijo:

–Tranquila, todo saldrá bien, además recuerda que tu mamá estará aquí.

La miré con los ojos llenos de lágrimas y le susurré al oído:

–¿Sabes…? yo no conozco a mi madre, sólo le he visto en algunas fotos, ni siquiera sé si la voy a poder reconocer.

El profesor de música entró y nos dijo:

–Chicos, todo nos saldrá bien. Tranquilos. Estamos listos para esto. Ahora salgamos y demostremos todo lo que hemos practicado.

Después de que el director de la escuela terminó de hablar y de dar la bienvenida, nosotros salimos al escenario y nos formamos en filas, y como yo era una de las estudiantes pequeñas del grupo me pusieron en la primera fila. Mi amiga me sujetó fuerte la mano mientras cantábamos. Yo no podía evitar mover mis ojos, mis ojos que sólo buscaban a mi madre, a la mujer que sólo había visto en fotografías pero nunca en persona. Mi corazón se caía en pedazos cada vez que no veía ese rostro grabado en mi mente. A la única persona que vi era mi hermana, Fernanda, que me aplaudía, pero al lado de ella no había nadie más de mi familia.

En ese momento muchas preguntas vinieron a mi cabeza… ¿por qué no está mi abuelita? ¿Será que fue a traer a mi mamá? ¿Ó será que están sentadas en otro lugar de la escuela? Entonces empecé a mirar detalladamente en cada esquina pero no había nadie. Yo estaba tan confundida, no sabía qué hacer, sólo quería salir corriendo y gritar lo más fuerte posible. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero mi mente me decía, no puedes llorar, todos te están mirando. En seguida, esas lágrimas se desvanecieron en la oscuridad de mi alma.

Al terminar el evento, el director invitó a todos a pasar a las aulas correspondientes de sus hijos. Después de eso, el profesor nos llamó al pasillo y nos fue a entregar las canastas para que se las diéramos a nuestras madres. Todos mis compañeros entraron y les dieron la canasta a sus mamás o a sus representantes. Yo alcé mi cabeza esperando ver a mi madre o por lo menos a mi abuelita, pero lo que miré fue a todos los padres abrazando a sus hijos, felicitándolos y agradeciéndoles por la canasta. Yo agaché nuevamente mi cabeza con la mirada en mi canasta. La canasta que yo había hecho con tanto esfuerzo y amor. Yo tenía la mejor canasta, pero eso de qué servía si no tenía a quién dársela. Mis lágrimas caían sobre los dulces mientras yo caminaba al pasillo en busca de un rincón. Al llegar a una de las esquinas del pasillo me senté a llorar. Yo podía sentir cómo mi corazón se encogía y un dolor muy intenso traspasaba sus paredes frágiles, llenándolo de rabia, odio y frustración.

Después de algunas horas, mi abuelita y mis tías llegaron; ya cuando todo había terminado. Yo estaba sentada en el pasillo cuando ellas me dijeron que bajara. Entonces bajé y vi a mi hermana jugando con sus amigas. Yo me acerqué y le dije:

–Nana, mami Rosa ya llegó, vamos.

Ella vino, me abrazó y me dijo:

–Te quedó muy bonita la canasta.

–Gracias –le dije con una sonrisa falsa.

Al llegar donde mi abuelita, ella sólo me abrazó, supongo que mis ojos hinchados lo dijeron todo. Al llegar a la casa, mi abuela se sentó a mi lado. Ella no dijo nada, sólo se sentó a mi lado a observar, junto conmigo, los pájaros en el cielo azul, mirar cómo los cachorros jugaban también. Miramos también el río que no estaba muy lejos de mi casa. Yo estaba con una dalia morada en mi mano recordando lo que mi abuelita nos dijo. Ella dijo que mis padres iban a regresar en un avión, y cuando yo era una niña solía correr detrás de los aviones gritándoles:

–¡Mamá! ¡Papá! ¡Aquí estoy! ¡No se vayan! ¡Bájense rápido!

Pero ellos nunca llegaron. Mi abuela se acercó y empezó a decir:

–Hija, no estés así, tu mamá vendrá algún otro día, a lo mejor pasó algo.

Yo le dije con voz temblorosa:

–Sí, claro, algún otro día cuando yo ya haya muerto.

Mi abuela me abrazó y lloró conmigo. Después me dijo:

–Lo siento, por no haber llegado pronto pero es que tenía que ir a la escuela de tus tías y de tu hermano.

Después de eso entramos a la casa. Lo único que recuerdo es que me levanté en la noche. Me había quedado dormida. Bajé a la cocina y escuché a mi abuelita hablar con mi hermana sobre la María. Yo mejor me quedé sentada en las gradas y empecé a mirar las estrellas mientras le pedía a Dios que me llevara a su lado. En silencio lloraba diciendo, Dios, ¿por qué me mandaste al mundo? ¿Por qué dejaste que naciera? Yo nunca pedí venir a este mundo. Odio esta vida. Te odio, María, ¿por qué me tuviste si no ibas a estar conmigo, si no ibas a cuidarme ó darme cariño? ¿Por qué me tuviste y me dejaste? Dios, ya no quiero estar aquí, por favor, llévame a tu lado. Sólo quiero dormir y no despertar.

Después de eso, regresé a mi cuarto y busqué una corbata, la cual utilicé para amarrarla alrededor de mi cuello, así como mi tío lo hizo. Al terminar me acosté a dormir esperando no despertar.


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