
La graduación
Los padres, niños y abuelos estaban todos tomando sus asientos para prepararse para lo que sería uno de los días más importantes de sus vidas. Todos esos viajes de dos horas, los cientos de dólares invertidos en los libros de texto, y el sinfín de lágrimas derramadas hasta este momento.
Yo miraba a mi hermano sentado en el centro del escenario. Sus hombros se veían tensos como solían serlo cuando él se ponía nervioso. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, para variar, y su sonrisa tímida sobresalía de todas las caras de la hilera. Mi mamá comentaba sobre el día, sobre cómo él era la imagen idéntica de su padre.
Atrás de nosotros, escuché a dos señoras conversando. Una le dijo a la otra:
–Michael ya tiene trabajo listo para el verano. Lo recomendó su mejor amigo cuyo papa está encargado de reclutamiento. Claro, ha trabajado muy duro.
En cuanto comenzó la ceremonia, se les pidió a estudiantes ponerse de pie para celebrar sus varios logros.
–33% de nuestra clase graduada ha servido en las fuerzas armadas y se comprometió valientemente a sus deberes mientras balanceaba simultáneamente sus estudios. ¿Pueden estos estudiantes ponerse de pie para ser encomendados por sus logros?
Casi la mitad del cuerpo estudiantil se puso de pie, todos representando con sus uniformes y algunos con sus niños en brazos. Uno por uno, el maestro de ceremonias llamó a todos los representantes electos de su clase, a los estudiantes con notas más altas, a los líderes de los clubs y, finalmente, a los estudiantes atletas. Mamá y Papá rugieron de orgullo en cuanto vieron la figura de mi hermano en la distancia. Él volteó a mirarnos para cerciorarse de que estábamos poniendo atención.
El discurso del estudiante con las mejores notas se oía quedamente en el fondo.
–Llegamos hasta aquí y no hay absolutamente nada que nos impida realizar nuestros sueños grandes de contribuir a la sociedad. Estamos bendecidos de vivir en un país que valora su juventud.
Después de que hizo esta declaración, pensé, pero no todos tenemos la opción de reclamar nuestras aspiraciones más profundas. Este era un hecho que mi hermano, mis primos y yo tuvimos que trágicamente descubrir cuando cada uno de nosotros decidió solicitar a las mismas instituciones que estaban ahí para ayudarnos a realizar nuestros “sueños”. El recuerdo de mis padres sentándonos a mi hermano y a mí en la cocina para decirnos que nuestros “sueños” tenían límites está pintado con claridad en mi mente. Estoy segura que cualquier familia tiene un número de conversaciones incómodas en sus vidas, pero éste era el tipo de conversación única que sólo ciertos grupos de personas pueden tener.
La confesión de mi familia fue que no importaba qué tan duro trabajáramos mi hermano y yo en la escuela, con cuántas personas nos relacionamos, o qué tan bien nos comportamos como habitantes de un país (NO CIUDADANOS, NO RESIDENTES, sólo habitantes) sólo tenemos opciones contadas en cuanto a lo que aspiramos ser. Es absolutamente ridículo.
“No hicieron nada malo… No hicieron nada malo…” es la misma frase que mis padres y mis tías y tíos nos han tenido que repetir una y otra vez.
Todos presente entraron en una ola de emoción después del discurso del estudiante con las mejores notas. Mi mamá y papá trataron de igualar la felicidad pero miré hacia abajo y vi el cuerpo de mi hermano ponerse más tenso. Es como si hubiésemos sentido una conexión telepática en ese momento, los dos sabiendo que éste no era el comienzo de su camino al éxito, sino más bien una continuación de nuestras luchas. Ambos les estábamos dando a nuestros padres una fachada de felicidad para hacerlos sentir que sus sacrificios de verdad valieron algo.
En cuanto anunciaron el nombre de mi hermano, mi mamá y papá, y su novia de aquel entonces, saltaron de sus asientos y tomaron cuantas fotos pudieron durante los treinta segundos que le tomaron subir al escenario para tomar su diploma. En esos treinta segundos, todo lo que Mamá y Papá podían ver era su hijo mayor alcanzando sus sueños.
En esos treinta segundos, lo único que podía ver yo eran escenas de mi hermano sentado en el sillón todos los días después de la escuela, viendo repetidamente episodios de CSI y documentales sobre casos criminales, y leyendo libros sobre investigaciones de escenas criminales, soñando de algún día ser un oficial de la policía. Sueños insignificantes, así como el papel que tenía en sus manos. Pretendía hacer que gente como nosotros compráramos la falsa realidad de que podemos contribuir a nuestra sociedad.
“No hicimos nada malo… No hicimos nada malo…” merecedor de un destino de confusión interminable. Es irónico que nos llamen SOÑADORES cuando nuestros sueños tienen los mayores límites.