Correr y corer y correr

(Painting/"Running and Running and Running"/Gwynne Duncan)

Esta historia de tristeza y compasión de una joven estudiante de preparatoria nos recuerda de la necesidad de los niños de quedarse con sus padres durante el pasaje duro y arduo hacia a la seguridad, y la importancia de los lazos familiares, cuando la vida misma es frágil e insegura. Conforme continúa este verano de crisis, cada par de ojos nuevos que ve con compasión y cada nuevo corazón que comparte ayuda en la lucha. Invitamos a los lectores de esta serie a unirse a nuestro círculo de escritura e instituto de entrenamiento de maestros. Los invitamos a contactar a Herstory para aprender más.

“Correr y corer y correr”

A veces nos toca vivir sueños que nunca soñamos y nos toca dar pasos por caminos que nunca imaginamos. Mi primera noche de ese “sueño convertido en pesadilla” fue de miedo, inseguridad y coraje. Pasé por muchas cosas, como bajarme de un carro a otro, esconderme en arbustos, y correr y correr y correr en medio de la oscuridad sin importar qué o quién había estado a tu paso, tropezando a todos, intentando alcanzar a otros.

Un niño de cinco años pegado a la mano de su madre corriendo tras ella que intenta que sus pequeños pasitos alcancen el ritmo de los de ella. A lo largo de esa noche tan larga y a la vez tan corta, cuando poco a poco las cosas intentaban calmarse, dentro de un carrito pequeño, y con muchas personas, el pequeño niño solo quiere dormir y le pide a su madre con una voz tan dulce e inocente, que por favor vayan a casa, que tiene hambre y que quiere dormir en su camita. Su madre finge una tranquilidad diciéndole que faltaba poco.

–No llores, mi amor –le decía.

Por fin, el primer trayecto del pequeño terminó. El pequeño y su madre descansarían un par de horas. Para mí, la noche aún seguía. Por último, caminamos unas cuantas cuadras a tomar otro autobús lleno de pasajeros comunes dispuestos a pasar ahí la noche.

Ya media lista y con el rostro pegado a la ventana, nuevamente mis lágrimas ruedan lentamente por mis mejillas, una tras otra cayendo sobre mi pecho, triste y afligido. Fingiendo que nada pasaba dentro y fuera de mí, mirando fijamente por la ventana las estrellas mientras el autobús arrancaba, pero mi corazón se mataba por dentro él mismo; él y mis pensamientos se hacían daño mutuamente.

Sin darme cuenta, me quedé dormida. Mis tristes ojos se abrieron, mi rostro aún pegado a la ventana. Despierto cuando el autobús hacía una parada donde la lluvia caía y la gente muy apurada con sus compras iba corriendo hacia la casa, mientras que otras esperaban otro autobús con diferente destino.

No sabía dónde estaba, mucho menos a dónde iba. Y la verdad, no me importó a dónde iba ó qué más seguía, simplemente iba sin rumbo, siguiendo a quien podía. Dios decía lo que seguía.

El autobús termina su trayecto, todos sus pasajeros con rumbos diferentes y nosotros ahí parados, esperando a quién nos recogería, sin saber quién, ni por dónde. Mientras esperaba, me recosté en una columna de una pequeña plaza y vi ahí un hermoso amanecer con un resplandeciente sol, acompañado de un bello canto de aves. Miraba a mi alrededor con mi mente en blanco, pensando en nada, sintiendo todo.

De repente me tocaron la espalda, se dieron la vuelta y empezó a caminar; yo lo seguí. Caminamos un par de cuadras y entramos a una casa; solo nos dijeron que subiéramos al segundo piso. Subimos y había unos colchones tirados, un par de hamacas dañadas y sucias. En uno de los colchones había dos muchachos y en otro una señorita; estaban dormidos.

Puse mi mochila en el suelo al lado de una hamaca, me dirigí hacia el baño y en la puerta me detuve un momento. Vi hacia dentro y era un lugar con el piso destrozado, el baño sucio, una pila sin agua, las paredes rajadas y descoloridas. Entré al baño. Había un pequeño espejo. Me acerqué y vi mi rostro muy cansado, mis ojos rojos, mi pelo alborotado. Me lavé la cara, fui hacia una hamaca, me acosté, y sin pensarlo, me quedé dormida.

Al pasar un momento, a pesar de estar profundamente dormida, sentía que había personas moviéndose y hablando. Abrí los ojos y había una señora y sus dos hijos, acababan de llegar. Me volví a quedar dormida. Poco después, subieron a decir que el desayuno estaba listo. Vi el reloj, eran apenas las seis de la mañana.

A pesar de no haber comido todo el día anterior, no tenía ni un deseo de probar bocado. Tuve que bajar porque dijeron que “el que no baje cuando llaman, tiene que esperar hasta la otra comida”. Tenía que obedecer. Ya no estaba en mi casa, despertando a la hora que yo quería o comiendo lo que yo quería cuando yo quería. En fin, bajé.

Me sentía tan sola, en un lugar desconocido, rodeada de extraños. Mientras esperaba mi turno para recibir la comida, me sentía incómoda. Vi a mi alrededor, todo era extraño, todos en fila esperando turno para recibir su comida. Cuando la recibí me senté a la mesa. La señora y sus dos hijos, y el primo de mi mamá (casi no compartíamos palabras), sentados en la misma mesa, y los otros dos muchachos y señorita en otro lado. Todos están mirando su comida, llevándola a su boca con mucho esfuerzo, en un profundo silencio, sin ver nada ni nadie. Parecían esclavizados a su comida y al parecer yo era la única que estaba viendo a su alrededor sin haber tocado el plato.

Bajé mi rostro como los demás. En ese momento solo quería saber qué estaba haciendo mi familia. Me preguntaba, ¿Ya habrán despertado? ¿Me extrañarán? ¿Ya sabrán mis otros parientes?

Al ver que todos estaban casi por terminar, me apuré yo también porque no me quería quedar sola. Poco después nos fuimos uno por uno, primero a lavar los platos que usamos y luego otra vez para arriba.

En la mochila que llevaba, no sabía qué había dentro de ella; no tenía la menor idea y no quería abrirla. Me acosté nuevamente en la hamaca esperando a que el tiempo pasara. De tanto esperar, me dio curiosidad de ver qué era lo que me acompañaría durante el largo viaje. Empecé a abrir bolsa por bolsa: en una de las bolsas pequeñas había un pequeño teléfono de teclados, lo encendí y había muchos mensajes de mi prima preguntando si estaba bien y dónde estaba. En seguida le respondí; mis dudas se aclararon, ¡ellos sí me extrañaban!

En esa misma bolsa de la mochila, había una bolsita negra con mis partidas de nacimientos. En la bolsa principal de la mochila estaba mi ropa. Empecé a revisarla y todo lo que había ahí no me gustaba; tenía dos pantalones conmigo, el que estaba usando y el que estaba en la mochila; había tres camisas, tres pares de calcetines y cuatro calzones, los cuales no usaba aún. Y lo demás que había, no sé ni para qué estaba ahí. En voz baja dije ¿Qué? Puse mi mano en mi rostro y repetí ¿Qué?

Muy enojada le textié a mi prima diciéndole ¿qué haría yo en todo el camino con todo eso que ni sabía para qué era? Ella me respondió, “Hija, pero usted ni quiso ver lo que había dentro. Usted dijo que no le importaba”.

“Es que yo jamás pedí venir. No hubiera traído nada mejor”, le escribí con mucho enojo.

Después pensé, soy una tonta, estoy lejos de ellos y aún así sigo peleando. Le mandé otro mensaje diciéndole, “Disculpen, no me hagan caso, solo estoy enojada. Uds. saben cómo soy. Perdón”. Traté de tranquilizarme, pero no dejaba de pensar en las cosas que llevaba. Ay, Dios mío, repetía constantemente.


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