
En el transcurso de estas últimas semanas hemos atravesado montañas y ríos y desiertos con cinco jóvenes valientes que llegaron a este país solos, deseándoles una amable bienvenida y protección hasta el final de sus viajes. Pero para muchos, nuevos pesares y peligros sólo empiezan. Concluimos esta serie mensual de historias de cruzar fronteras con la historia de un joven y un primer día de clases en su nuevo país, y las nuevas paredes y fronteras y peligros que surgen.
Historia número seis—Ningún sueño es ilegal
Escribo aquí sentado al lado de mi ventana abierta tratando de escapar de mi rutuna diaria, la cual me persigue excesivamente, yo diría, así como los perros persiguen a los gatos. Cierro los ojos y recuerdo mi primer día de clases. Recuerdo la mañana que iba en el autobús escolar escuchando a unos chicos hablando sobre su verano. Uno de ellos decía:
—Me me fui a New Jersey a visitar a mi familia.
Y el otro respondía:
—Yo lo único que hice fue irme a la playa. Fui tantas veces que hasta comencé a aburrirme.
Mientras el bus entraba a la escuela pensé entre mí, al menos tendré con quién conversar, ya que hay más estudiantes que también hablan español.
Poco a poco los estudiantes ingresaban a la escuela, entonces recordé que tenía que ir al main office para entregar unos papeles. Decidí pedirle ayuda a uno de los chicos que escuché conversando en el autobús escolar, pero ellos me contestaron tajantemente que no hablaban español. Bueno, al menos eso fue lo poco que entendí porque me lo dijeron en inglés. Una experiencia no muy agradable.
Llegó la tarde. Salí de la escuela y empecé a caminar de la escuela a la casa. Cuando iba a cruzar la calle una cuadra antes de llegar a mi casa, al lado de unos árboles viejos, escuché a unas personas americanas burlándose de otras personas, sólo por ser latinas. Los escucho, cierro los ojos y pienso cómo quisiera hacer algo sólo para cambiar la manera de pensar de algunas personas sobre los indocumentados, pero abro los ojos y sigo viviendo la misma realidad con peores cosas todavía. Nosotros, los latinos, vivimos una realidad donde vemos padres siendo deportados, familias separadas y muchos niños terminando en orfanatos, todo debido a las deportaciones.
Llego a mi casa y veo a mi mamá y a mi vecina conversando, ambas a la entrada de mi casa y ambas sosteniendo una escoba. Alcanzo a escuchar que la vecina le pregunta a mi mamá:
—Oiga vecina, ¿y usted cómo va con su situación legal?
A lo cual mi madre contesta:
—Más o menos, ¿por qué?
—Porque ví en las noticias que iban a deportar a todos los indocumentados en este país.
Mi madre indignada le contesta:
—Pero no pueden hacer eso. No pueden quitarnos el derecho de estar aquí y ver crecer a nuestros hijos.
Yo seguí. Entré a mi casa y después de terminar mi tarea seguía sintiendo un poco de ira al pensar en la injusticia que existe para algunas personas. Me senté en una silla en la cocina y a los pocos minutos entró mi madre para preparar la merienda.
—¿Cómo estás?— me dijo.
—Bien— le contesté.
—¿Me puedes ayudar a lavar los platos?
—Okey— le dije.
—Te noto raro.
—No pasa nada— contesté.
—Bueno, debe ser una impresión mía. ¿Qué tal si llamas a tu abuela? Hace tiempo que no la llamas. Anda llama y salúdala.
—Okey, ahora la llamo.
Entonces marqué y contestó mi abuela.
—Hola abue, ¿cómo está?
—Bien gracias, ¿y tú?
—Yo bien, aunque un poco preocupado.
—¿Por qué?
—Por la manera de cómo tratan a los latinos en este país, más aún si son indocumentados.
—Ay hijo, yo aún recuerdo cuando un tío tuyo murió en la frontera al no aguantar más el calor y el hambre. Esto sucedió antes de que tú nacieras. Es difícil, pero tú sigue adelante. Recuerda que estás en el país de las oportunidades y que ningún sueño es ilegal. Quisiera hablar más, pero me tengo que ir.
—Está bien, la llamaré pronto.
—Está bien, adiós.
Llega la noche y con ella la hora de dormir. Estaba a punto de recostarme cuando sentí mi cuarto muy frio. Fue cuando me di cuenta que mi ventana aún seguía abierta.