
¿Cómo es que jóvenes comienzan a procesar recuerdos de estar en una “hielera”, ó de cruzar un río, solo para voltear y ver a un compañero de viaje quedándose atrás? Esta pieza corta y conmovedora será la historia de cierre de la sección de cruzar fronteras de un nuevo libro creado de esta serie. Para más información acerca de la publicación de Pasos valientes, que estará disponible el 15 de marzo, haga clic aquí.
Caminaré hasta el final
Todo empezó en el año 2016 cuando mi tía me dijo si quería venir a los Estados Unidos. Fue duro para mí dejar a mi familia. Dejar a mi hermano fue lo más triste porque no me pude despedir de él. Cuando mi hermana me fue a dejar con la persona con quien íbamos a viajar se me vino toda mi vida a la cabeza. Pero nunca imaginé que mi vida había sido bonita.
Traté de beber agua para no llorar cuando mi hermana me dejó en el hotel. Ese día salimos para la frontera yo y otras dos muchachas. Pasamos por la frontera de El Salvador y en Guatemala descansamos una noche.
Después seguimos hasta llegar a la frontera de Guatemala. Allí estuvimos tres semanas, y en lo que estuve allí no podía comunicarme con mi tía. Pasé una semana sin llamarla porque no tenía recepción hasta que, al fin de semana, el que nos traía me prestó el celular. Así pude hablar con mi tía como 15 minutos.
Después salimos de allí para México. Una persona a mí me iba cuidando. Yo estoy agradecida con ella porque me iba cuidando todo el tiempo. Puede haber personas buenas en el mundo que dan todo por otras personas.
Después que llegamos a México, pasamos por todos los pueblos de México. Cuando llegamos que íbamos a pasar por el río, una de las personas que venía conmigo no pudo pasar porque su hermana no había pagado y pues ella se quedó. Solo pasamos yo y las demás personas que venían.
Después que pasamos el río, caminamos por una hora hasta que nos encontraron dos hombres de inmigración. Nos pidieron nuestras identificaciones y yo estaba nerviosa porque me habían dicho que los de inmigración eras enojados. Pero me dieron galletas de chocolate y jugo de manzana. Y después nos llevaron a la hielera.
Allí es un lugar muy feo y muy helado. Les dan a las personas un sándwich duro y un jugo. Ese lugar es helado, solo hay papel de aluminio y con ese papel las personas se acobijan.
En el tiempo que estuve ahí, la temperatura se sentía como unos 45 grados y me dieron papel de aluminio. Era grande el papel, era como el papel en el que envuelven las comidas para que no se enfríen. Era muy calientito el papel.
Estando ahí, llaman a las personas para tomarles las huellas y preguntarles cómo se llaman. Después, llaman a las personas que deportan a sus países. Yo pasé dos días allí. De las personas que venían conmigo, unas ya se habían ido para la perrera y otras estaban en la hielera.
A mí me sacaron de la hielera para la perrera y después para la casa hogar. Allí pase 17 días. En esa casa hogar aprendí mucho sobre cómo son las personas.
Y el 17 de diciembre llegué a Nueva York. Cuando llegué aquí sentí como que eran mis vacaciones. Pero cuando entré a la high school fue muy difícil porque no sabía hablar inglés. Pero ahora puedo un poquito con el inglés y entiendo más.