
¿Qué peligros llevan a jóvenes a arriesgar todo lo que tienen para encontrar refugio y esperanza? Regresamos a nuestra serie de historias de cruzar la frontera de estudiantes de Central Islip High School que se reúnen para encontrar sanación y esperanza a través de sus palabras. Dieciséis de estas historias serán reunidas en un nuevo volumen, Brave Journeys/Pasos Valientes, que será publicado en marzo del 2018.
Y ahora, es mi turno
Para ser honesta, no pensé que sería tan difícil vivir sin mamá, pero desde que mamá viajó a los Estados Unidos la vida de mi hermano y la mía cambió por completo. Mi mamá nos dejó con mi abuelita materna, pero, claro, cuando mi papá se enteró, peleó nuestra custodia, la cual ganó.
Nos vamos a vivir con papá quien nos maltrataba con golpes tan fuertes que nos quedaban las marcas en nuestro cuerpo. Mi hermano y yo, día a día salíamos por la noche a mirar las estrellas con la esperanza que mamá volvería, pero pasaban los días y nuestras esperanzas disminuían continuamente.
Un 22 de noviembre papá nos llevó a casa de mi abuela materna. Mientras íbamos en camino me colocó un veneno de matar cucarachas en la cabeza porque tenía piojos. El veneno me hizo una reacción muy, muy fuerte que comencé a llorar del dolor en mi cabeza.
Todo comienza con una niña de cuatro años. Una niña como cualquiera, vivía con su papá, su mamá y su hermano, quien era dos años mayor que ella. Su nombre es Mercedes Consuelo Mejía Gutiérrez. Desde que tengo memoria, sólo recuerdo golpes, maltrato y abuso de mi infancia; bueno, si es que se le puede llamar infancia.
¿Cómo era yo? Recuerdo que siempre fui una niña alegre y con sueños. Uno de mis sueños era tener la familia “perfecta”. Ja, ja, ja, pero mi familia era lo contrario.
Todo empezó un día como cualquiera, bueno, más bien una noche: veo llegar a mi papá borracho. Cuando lo vi tomado corrí a esconderme porque, bueno, me dio miedo, no lo niego. Papá llegó y comenzó a discutir con mi mamá. Mi hermano estaba dormido, y yo, yo sólo escuchaba los gritos y el sonido de cada golpe que mi papá le daba a mi mamá. Yo lloré y lloré. Salí a ver qué pasaba. Nunca pensé ver lo que vi: ver como mi papá golpeaba sin lástima a mi mamá, y ver correr la sangre en su rostro fue duro para mí.
Mi mamá decide viajar a los estados Unidos para ya no ser víctima de los golpes de mi papá.
***
Y ahora, es mi turno.
Al momento de llegar al río, mirando mucho movimiento de personas, esperando mi turno para cruzar y ver a niños de ocho años cruzar ese río, mis lágrimas rodaron lentamente. Mis manos heladas y mis pies cansados. Tenía mucho, mucho miedo y justamente ahí, estaba mi bebé. Sentí una patadita que me hizo llorar desesperadamente; sí, me hizo recordar cuántos peligros había recorrido en este largo camino. Me hizo recordar cuando salí de mi país, sin idea alguna de lo que iba a pasar. Recordé cuando llegando a Guatemala con mucho miedo y muy cansada sentir el dolor en mi vientre con seis meses de embarazo, con tanto miedo de perder a mi hijo, pues él era todo para mí. ¿Cómo era posible que decidí viajar a este país para darle un mejor futuro y que en ese camino lo perdiera? No, no era justo.
Me tocó confiar, solamente confiar en Dios. Sufrí tanto en ese camino, casi pierdo a mi hijo. ¿Saben lo que eso significa, ver sangre salir de mi cuerpo sabiendo que estaba embarazada y sabiendo que mi camino aún no terminaba?
Pasé frío y hambre por dos días mientras venía en un tráiler que estaba súper helado. Veníamos muchas personas y yo. Yo estaba asustada, llorando, sí con esperanzas, pero eso no era todo, porque luego me dormí por un momento cuando de repente el tráiler frenó y una mujer con su bebé cayeron sobre mí. Mi mente sólo pensaba, mi hijo, mi hijo. En ese momento, perdí el conocimiento. Cuando reaccioné, estaba completamente sucia y mojada, tirada en el suelo de una casa; llegan y me dan un té para calmar el sangrado de mi cuerpo, para evitar perder a mi hijo.
Tenía pánico, terror. Me arrepentí de haber dejado mi país. ¿Será que había tomado una mala decisión y en vez de buscar un mejor futuro para mi bebé le busqué la muerte? ¿Será que hice mal?
Pero ya estaba ahí, frente al río. No tenía que sentir miedo pues mi bebé me había dado una patadita y eso quiere decir que está bien. ¿Por qué darme por vencida? Si ya estaba a punto de lograr mi objetivo no podía quedarme ahí. Y ahí estaba yo, frente al mayor miedo de mi vida, frente a un río, sin lágrimas que derramar, cuando me dicen,
–Es tu turno.
No sé cómo explicar el temor que sentí, pues pensaba, yo no puedo nadar. Pero Dios mandó a un buen hombre que me ayudó a cruzar y por fin vencí ese miedo. Y mírenme aquí. Mi bebé nació sano, tiene diez meses, es hermoso y lo amo. Él es mi bendición porque es quien me da fuerzas día a día. No soy una súper mamá, pero día a día mejoro y mi amor crece, y seguirá creciendo.