
Tantos jóvenes de familias inmigrantes anhelan el día que serán mayores de edad, con la promesa de ayudar a sus padres obtener un estatus legal. Pero el camino por delante está lleno de preguntas sin contestar y espinas. Como otros en esta serie, el autor anhela el momento en que él podrá reclamar su historia bajo su propio nombre.
La edad de legalidad
Viernes, veinti-tanto de marzo de 2016. Ha pasado una semana desde que cumplí 21 años. La edad de legalidad. El número compuesto.
–Kristo, lévantate. Nos tenemos que ir. Fè vit. Tenemos que alcanzar el tren para ir a ver al abogado –dice mamá.
Iba a ser la primera vez que conocería a su abogado. Mi cuerpo se estaba poniendo tenso. Todas las emociones corriendo por todo mi cuerpo. Intercambiando rápidamente. Por unos segundos no pude formular mis propios pensamientos—como si supiera hacer esto. Me quedé parado ahí por razones personales. Por razones de salud. Por razones espirituales. Razones para hacer un niño milagro tener paz mental.
–Cariño, cuando esperes el tren, por favor, no te pares tan cerca de la vía porque te vas a caer y lastimarte y no vas a poder pararte, y te puedes hasta morir –exclamó ella.
El tren estaba vacío y solo habían unos cuantos de nosotros en la plataforma. Puertas corredizas. Abre sésamo. El vapor salía. Entramos. Nos sentamos. Esperamos. Más gente entraba. Una familia haitiana entro a nuestro vagón. Hablaban entre sí, preguntándose si iban en el tren correcto o no. Momentos más tarde, sintieron alivio. Padre, madre, niños, parientes se sentaron juntos al lado del mapa en frente de nosotros. Un par de personas más entro y llenó los asientos. Algunos se quedaron por el barandal. Sonó el timbre. Salió vapor de nuevo. Las puertas se cerraron. El motor gira y gira y gira y gira…
El mundo bajo Nueva York se vuelve oscuro en un solo segundo. Las vías del tren se convierten en el ritmo. El tren se convierte en el productor. Juntos, se han convertido en uno. Nosotros, la gente, somos maestros de ceremonias. Algunos están rapeando. Algunos, incluyéndome a mí, están moviendo las cabezas al son del paso. Sonido mínimo. Metales se pegan contra metales. En el túnel oscuro, lo único que vi fueron luces horizontales en las paredes del submundo. Y por primera vez en mi vida, estamos ella y yo solos. He estado ahí un par de veces con familia.
Pero ahora estoy con extraños. Hipsters. Pandilleros. Académicos. Gobernadores. Hombres y mujeres de negocio. Inclusive inmigrantes. Mami y yo estamos en nuestro propio espacio. Aún no hemos hablado. Volteo mi cabeza hacia ella. Ella miró atrás como si esperaba decir algo importante.
–¿Por qué no te pones tus audífonos? Sé que te gusta ponértelos cuando salimos. Ou ka koute mizik ou yo –dijo.
La cita la estaba poniendo nerviosa.
Si irse por las ramas fuese un trabajo, yo probablemente sería rico para siempre. Me empezarían a pagar por cada parada. 179th, 169th, Parsons Boulevard, Sutphin Boulevard, LVD, Briarwood, Kew Gardens/Union Turnpike… World Trade Center.
Al fin, salimos y subimos las escaleras. El cielo aún estaba blanco, mismo clima. Diferente tipo de aire, ruido, humo, luz. Todo el ambiente está contaminado. Afectando las vidas de ocho millones y más—bueno, según sé.
La manzana está grande y podrida, pero no nos molesta. No en el momento. Digo, para nada. Sonrío. Ella sonríe. Ignoramos los minutos de Nueva York mientras caminamos y hablamos de cualquier cosa. Pero nuevamente, claro, ella empieza a ponerse seria.
–Mira, Kristo, nada es fácil en la vida. Por esto es que quiero que vayas a la escuela y obtengas una buena educación, para que puedas vivir una buena vida. Mira, mami sólo tiene un trabajo y no me pagan lo suficiente. Tengo muchas cuentas que pagar y no sé cómo le voy a hacer porque muchas de ellas están atrasadas. Por eso tienes que pedirle a Dios que mami tenga más fuerza. Dios te puede ayudar a atravesar la vida.
Después de cruzar unas calles, llegamos a nuestro destino: la oficina de abogados. Entramos al lobby. Mami caminó hacia la recepcionista por direcciones. Mientras tanto, vi una madre adoptiva con sus hijos adoptivos, asumí. Una mujer negra cogida de la mano de su hijo e hija blancos. Güeritos. Ojos azules, pensé. Me pregunté si mi mamá lo percató. Pensé que era interesante. Menos mal, se iban contentos. Nosotros entrábamos con ansiedad.
Las puertas del elevador se abrieron. Entramos. Un par de pisos después, las puertas estaban abiertas nuevamente. Estamos ahí ahora. Nos dirigimos a la sala de espera. El abogado estaba con alguien más. El tiempo pasaba con lentitud. Me dolía el estómago otra vez. Mamá empezó a preocuparse. Tuve que correr al baño. Mami hablaba con una mujer haitiana que salió del cuarto del abogado.
–Kris, apúrate. Somos los siguientes –dijo ella.
–Está bien –contesté.
Regresé a la sala de espera. No tuve tiempo de leer todas esas revistas viejas amontonadas al lado de las sillas.
–Tu mamá está en el cuarto –dijo la recepcionista.
Entré al cuarto de atrás. Ahí estaba él. Un hombre blanco alto en traje y corbata. Dos sillas en frente de su escritorio. Mami estaba sentada en una.
–Este es mi hijo, Kris –dijo ella con falsa modestia.
–Oh, es su hijo. Eso está bien –dijo el abogado.
Nos saludamos formalmente. Nos miramos a los ojos. Saludo de mano firme. Me dirigí a tomar asiento. El cuarto me llamó la atención, no el abogado. Tantos archivos alrededor. En gabinetes de archivo oxidados. En gabinetes de archivo oxidados. En el piso. En carpetas amarillas. Tengo el presentimiento de que las cosas no van a ir bien.
–Bien, Kris. Me alegro que estás aquí con tu madre. Sé porque estás aquí con ella. Pero, primero, déjame presentarme –dijo el abogado.
Mantuve mi calma. Y traté de escuchar su voz baja, profunda y con murmullos. Equilibrado con experiencia. Conducta contenta. Su nombre completo fue lo único que pudo registrar mi cerebro. Su nombre empezó a perforar mi corazón. Era imposible mantener mis oídos abiertos… por unos segundos… hasta que llegó al asunto verdadero.
–La razón por la que estás aquí, Kris… –empezó él.
Mis oídos empezaron a abrirse después de que dijo mi nombre. Mis ojos estaban fijos. Estoy ansioso por cualquier magia que vaya a sacar de su sombrero. ¿Cuál es la historia verdadera? Por favor, que no sea dolorosa para mi madre y para mí, pensé a mí mismo. Ya conozco el problema… pero no conozco verdaderamente el problema. El qué. El cuándo. El cómo. El —sabes lo que quiero decir.
Me mantuve callado mientras comenzó la historia. El resplandor de alguna manera apareció en sus anteojos. Movía su cabeza de izquierda a derecha de derecha a izquierda. Yo y ella. Ella y yo. Me he convertido en piedra como si me hubiera escupido Dabura. Como si me hubiese mordido la serpiente mascota de Medusa. Él acaba de mencionar abogados chuecos cobrándole a mi mamá miles con los que no podíamos hace años. Eso era para dejar caer el caso que la declaraba un fraude. Fue una negociación sospechosa que nos afectó a todos. Era seguro alejarse de esa serpiente. Y yo ni siquiera he conocido a esa gente. Era muy joven. Puede que sea muy joven aún. No siento que tengo 21 años.
Pero fue regresar al principio, y ese abogado parecía el tipo correcto para ayudar. Sentí mucho su sinceridad. Pero estaba demasiado ansioso para escuchar toda la historia. Mis oídos empezaron a cerrarse cuando comenzó a hablar. Mi mente deambuló por el cuarto y hacia mi madre. Se veía desconsolada sentada allí. Tras todos esos años de espera para que le aprobaran la visa. La han engañado. Inicialmente, fue lo que pensé durante la cita. No la quiero ver llorar. No la quiero oír llorar. Le echo un vistazo. Rápido volteo la cabeza. Miro los archivos.
Recordé la última vez que la vi llorar. Gritó de miedo y tristeza. Estábamos en medio de un rezo. Los amigos de mi tía-madrastra estaban ahí para empezar el sermón. Después de eso, rezaron con sus ojos cerrados. Mi hermano y yo rezamos con nuestros ojos abiertos, o más bien para nada. Los rezos se volvieron más y más fuertes. Mamá perdió el control y gritó. Yo tuve miedo. Automáticamente me volteé hacia la pared. Estaba luchando contra mis lágrimas. Hasta mi hermano luchó contra sus lágrimas. Él me vio. Siento que llorar es doloroso y grande. Pero no llorar es inspirador. Esa noche, fue la voz de ella que Jesús más escuchó. Pero a los 21 años de edad, todo ya se venció. Yo soy su última esperanza.
–Esto es lo que necesito que hagas. Quiero que firmes una petición en cuanto la recibas por correo en tu casa. Después de eso, mándanos de regreso por correo el papel… –dijo él.
Eso era lo único que tenía que hacer. Era mi misión. Todo lo demás era irrelevante en este momento. Pero entonces, contó la historia otra vez. La contó en varias versiones. Aún no podía seguirle de todo. Cuando miras a una persona cuando él o ella te habla, ¿significa eso que estás poniendo atención? No sé.
–¿Entiendes lo que he dicho hasta ahora? –preguntó en su tono de voz monótona.
–Sí –simplemente mentí. No quería decir que no y faltarle al respeto.
Él apuntó a la ventana a su lado. La indicación era que había una oficina de inmigración a unas cuadras. Me pregunté por qué no habíamos ido a ese edificio. ¿No es allí donde se procesan las visas? Pero, tuve que recordarme que esos documentos eran falsos. Eso era algo por lo cual estar ansioso. ¿Será que algún día deportarán a todos los inmigrantes indocumentados al mismo tiempo? Tenía el presentimiento que ese momento se acercaba.
–Va a ser un proceso muy largo. No sé cuándo va a terminar. Pero, la razón por la que está aún aquí tu mamá es porque quiere que me enfoque en los niños. Tu mamá no se está dando por vencida. Ha estado luchando por más de veinte años. La felicito por eso. Pero ahora, vas a tener que esperar hasta después de que se firme la petición –dijo él.
Él estaba de un humor seco. Sin vida. Pero eso era suficiente. No para mami. Ella estaba desesperada. Sin expresión. Deseando que todo terminara en ese instante. La humillación es un sobrentendido. En cuanto acabe todo esto será su santo grial. Quisiera que terminara la reunión. Ya me dijo él lo que tengo que hacer.
Momentos después, todos nos levantamos a la misma vez. La reunión había terminado.
–¿Me puede dar su tarjeta de presentación? –le pregunté amablemente.
La metí en mi bolsa. Todos dijimos adiós. Salimos y el abogado se quedó para recibir otro cliente. El siguiente cliente era una mujer haitiana. Probablemente vino por la misma razón: su tarjeta de ciudadanía.
Caminamos hacia los elevadores. Yo trataba de recordar lo que había dicho el abogado. Estaba tratando de interpretar la historia en mi versión. Me sentí determinado en ese momento. También me sentí precavido. Si algo sale mal, eso es todo. No podré volverla a ver más.
Nos dirigimos hacia la salida. Caminando… bajo el cielo blanco que no había cambiado. Una antena enorme cortaba el cielo como una jeringa. La luz parpadeaba roja en la punta. Sangre salía de la jeringa. Era la Torre de la Libertad sobre las venas de la ciudad. Nosotros éramos los vasos sanguíneos viajando en direcciones espontáneas.
–¿Fue este el mismo camino que tomamos al salir del tren? –preguntó mami.
¿Era yo, ó es que el clima había cambiado gradualmente?
Traducción de Silvia Heredia